lunes, 10 de octubre de 2011

Marcelino, Pan y Vino

Marcelino, Pan y Vino, España, 1955

D.: Ladislao Vajda

I.: Pablito Calvo, Rafael Rivelles, Antonio Vico, Juanjo Menéndez

Sinopsis: En la España del siglo XIX, un pequeño recién nacido es abandonado en las puertas de un monasterio franciscano. Tras confirmar que no le quedan parientes vivos y que ninguna familia puede acogerlo, los mismos frailes se darán a la tarea de criar al niño, a quien bautizan Marcelino.


Cuando el pequeño cuenta con cinco años, es evidente que necesita más amigos, aparte de los frailes: niños de su edad, una madre, etc. Marcelino inventa a un amigo imaginario, “Manuel”, pero esto no es suficiente. Así, en medio de travesuras y picardías, el niño desobedece la orden de no subir al ático.

Será a partir de esta incursión a lo prohibido que el solitario muchacho encuentra finalmente un amigo con el que se entiende a las mil maravillas. Es a partir de que le ofrece pan y vino que el “amigo” le llama Marcelino, Pan y Vino.

Y cuando los frailes, intrigados por la extraña conducta del chico, finalmente conozcan al misterioso amigo de Marcelino, serán testigos de un sobrenatural portento. Un milagro que desde entonces se convertiría en leyenda.

Crítica: Tal vez una de las más universales películas españolas, Marcelino, Pan y Vino lanzó a la fama al joven actor Pablito Calvo. Está basada en el relato homónimo escrito en 1952 por José María Sánchez Silva (el autor colaboró en el guión de la película).

La película se presta a ser analizada desde diversos ángulos: desde una cristiana cinta para toda la familia, hasta una muestra del cine español de los tiempos de la dictadura franquista. Lo que es indudable es que, en una época de rígida censura fascista, en la que España solo producía películas recargadas de moralina y con personajes que parecían estampitas, este film debió verse como toda una novedad.

La historia del milagro de Marcelino, contada por un franciscano, comienza con un patriotero resumen de la derrota de los invasores franceses durante las guerras napoleónicas. Tras esta disimulada (e innecesaria) propaganda nacionalista, vemos a un bebé ser abandonado (sin explicación del motivo) en las puertas de un monasterio de un pueblito rural.

Tras confirmarse la muerte de los padres del niño (nunca sabemos sus identidades ni qué los mató) y que nadie puede criar al niño, los frailes le dan el nombre de Marcelino se convierten en sus “padres”. De ahí, la película da un salto de cinco años.

Es aquí donde Marcelino aparece interpretado por Pablito Calvo (de seis años entonces), aunque su voz está doblada. El pequeño es un niño normal, al cuidado de los frailes a quien él, pícaramente, ha renombrado “Fray Malo”, “Fray Talán”, “Fray Papilla”, etc.

Es a partir de la escena donde aparece el imaginario “Manuel” que se evidencia la soledad del niño: él necesita de otros niños y, sobre todo, de una madre (la de él, “está en el Cielo”). Una soledad que lo lleva a desafiar una prohibición: subir a cierto desván “donde existe un hombre que se lo llevará”.

Pese a su susto inicial, Marcelino encuentra que el “hombre” provoca más compasión que miedo. Y así, encuentra al amigo perfecto, ante quien el niño da muestras de compasión y caridad, ofreciéndole pan y vino. Es así como se gana el nombre del título, a la vez que despierta la curiosidad de los frailes.

Es cuando su “amigo”, en recompensa a su infantil bondad, decide concederle al solitario Marcelino su más caro deseo, que tendrá lugar uno de los milagros más conmovedores de la historia el cine. En una escena coral que hizo llorar a cientos de espectadores, los emocionados frailes descubren la sobrenatural amistad que el niño ha conquistado con la pureza de su alma.

Fue con éxito mundial de este tierno film que Pablito Calvo, pese a su corta edad, alcanzó fama internacional. Incluso el mismo papa Pío XII quiso conocerlo, lo que hizo que se encontaran personalmente a finales de 1955.

Pese a las recientes nuevas versiones fílmicas de esta historia, nada nos hará olvidar a este clásico. La Canción de Marcelino quedará en nuestra memoria… y Pablito Calvo siempre será el definitivo Marcelino, Pan y Vino.

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