El Peje Chico, Lima, 1874
A.: Ricardo Palma
Sinopsis: El buhonero Garci-Gutiérrez de Toledo, español afincado en el Perú del siglo XVI, maldice su propia pobreza. Al no acepta los cristianos consuelos de su compadre Don Antonio Chayhuac, cacique de Mansiche (Trujillo), entonces recibirá del indio un increíble cambio de fortuna.
Don Antonio, indígena convertido al catolicismo y heredero de los muchos secretos del fenecido Imperio de los Incas, le hace jurar que si lo hace muy rico y feliz, no se enorgullecerá y hará obras de caridad y donaciones a la Iglesia. Luego lo conduce a la subterránea Huaca del Peje Chico, donde yace un enorme tesoro.
Ahora Garci-Gutierrez es rico y poderoso. Pero, ¿recordará ahora la solemne promesa que hizo a su compadre, el cacique de Mansiche? La vida da muchas vueltas, y tarde o temprano se verá el fruto de la palabra violada, del que ni todo el oro del Tesoro de los Incas podrá salvar al perjuro.
Crítica: Como parte de su famosa colección de los relatos costumbristas Tradiciones Peruanas, Ricardo Palma incluyó este interesante cuento titulado El Peje Chico. Fue parte de la segunda serie de entregas de esta saga, publicada en 1874.
La acción nos lleva al año 1575, en pleno Perú del Virreinato. Garci-Gutiérrez es aparentemente un buen hombre, que incluso hace amistad con un cacique indio, convirtiéndose en padrino de sus hijos. Pero su mala fortuna no halla consuelo en los sabios consejos de su compadre: “… deseaba monedas y no palabras”.
Es entonces cuando se evidencia de que el cacique Don Antonio Chayhuac es pobre por elección propia (es un converso al cristianismo). Sabe la ubicación de una perdida huaca (templo prehispánico oculto en una montaña o bajo tierra) de la cultura Chimú (que fue asimilada por los Incas), que guarda una enorme fortuna en oro.
La Huaca del Peje Chico, según el cuento, debe su nombre a la dorada estatua de un peje (variedad de pez) en medio de todos los tesoros acumulados. Curiosamente, Don Antonio informa a su compadre que existe otra huaca secreta similar, la del Peje Grande, y promete dársela en un futuro si cumple en dar cristiano uso a su recién adquirida fortuna.
Se refleja aquí la situación del Perú colonial. Españoles pobres venían a hacer fortuna al Nuevo Mundo, para volver ricos y prósperos a la Madre Patria, pero casi todos acababan frustrados. Justamente los atraía la leyenda de abundantes tesoros precolombinos que los naturales ocultaron de los bárbaros conquistadores.
Don Antonio, cacique de Mansiche, refleja la imagen del “buen salvaje”, que habiendo adquirido humildad cristiana, no da mucho valor al oro y/o el dinero. Se desprende fácilmente de un colosal tesoro, pues su compadre castellano funda su felicidad en el oro; le hace jurar que no se envilecerá con su riqueza y que practicará la caridad y la limosna.
Una vez rico, Garci-Gutierrez lleva su lujo y vanidad hasta el mismísimo Virrey Toledo (otro español avaro). De dar diezmos a la Iglesia y ayudar a los pobres… nada. El inevitable castigo llega, y el desesperado peninsular recién se acuerda de su compadre, a quien rogará por una segunda oportunidad (la Huaca del Peje Grande).
Esta interesante fábula refleja el mito del Tesoro de los Incas; según Palma, escondido por los indios cuando supieron que los codiciosos españoles habían asesinado a su soberano. Se explica así el mito de las huacas del Peje Chico y del Peje Grande… esta última no hallada hasta el presente, ni por arqueólogos ni por cazadores de tesoros.
En esta época, cuando el pueblo y la culturas indígenas del Perú son cada vez más valorizados y respetados, la tradición de El Peje Chico nos llama a la reflexión. Las riquezas del incanato nunca acabarán bien cayendo en garras de ambiciosos foráneos (como tantos films de aventuras proponen) sino que tienen un único dueño y heredero: EL PUEBLO PERUANO.
El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro (Antonio Raimondi)
A.: Ricardo Palma
Sinopsis: El buhonero Garci-Gutiérrez de Toledo, español afincado en el Perú del siglo XVI, maldice su propia pobreza. Al no acepta los cristianos consuelos de su compadre Don Antonio Chayhuac, cacique de Mansiche (Trujillo), entonces recibirá del indio un increíble cambio de fortuna.
Don Antonio, indígena convertido al catolicismo y heredero de los muchos secretos del fenecido Imperio de los Incas, le hace jurar que si lo hace muy rico y feliz, no se enorgullecerá y hará obras de caridad y donaciones a la Iglesia. Luego lo conduce a la subterránea Huaca del Peje Chico, donde yace un enorme tesoro.
Ahora Garci-Gutierrez es rico y poderoso. Pero, ¿recordará ahora la solemne promesa que hizo a su compadre, el cacique de Mansiche? La vida da muchas vueltas, y tarde o temprano se verá el fruto de la palabra violada, del que ni todo el oro del Tesoro de los Incas podrá salvar al perjuro.
Crítica: Como parte de su famosa colección de los relatos costumbristas Tradiciones Peruanas, Ricardo Palma incluyó este interesante cuento titulado El Peje Chico. Fue parte de la segunda serie de entregas de esta saga, publicada en 1874.
La acción nos lleva al año 1575, en pleno Perú del Virreinato. Garci-Gutiérrez es aparentemente un buen hombre, que incluso hace amistad con un cacique indio, convirtiéndose en padrino de sus hijos. Pero su mala fortuna no halla consuelo en los sabios consejos de su compadre: “… deseaba monedas y no palabras”.
Es entonces cuando se evidencia de que el cacique Don Antonio Chayhuac es pobre por elección propia (es un converso al cristianismo). Sabe la ubicación de una perdida huaca (templo prehispánico oculto en una montaña o bajo tierra) de la cultura Chimú (que fue asimilada por los Incas), que guarda una enorme fortuna en oro.
La Huaca del Peje Chico, según el cuento, debe su nombre a la dorada estatua de un peje (variedad de pez) en medio de todos los tesoros acumulados. Curiosamente, Don Antonio informa a su compadre que existe otra huaca secreta similar, la del Peje Grande, y promete dársela en un futuro si cumple en dar cristiano uso a su recién adquirida fortuna.
Se refleja aquí la situación del Perú colonial. Españoles pobres venían a hacer fortuna al Nuevo Mundo, para volver ricos y prósperos a la Madre Patria, pero casi todos acababan frustrados. Justamente los atraía la leyenda de abundantes tesoros precolombinos que los naturales ocultaron de los bárbaros conquistadores.
Don Antonio, cacique de Mansiche, refleja la imagen del “buen salvaje”, que habiendo adquirido humildad cristiana, no da mucho valor al oro y/o el dinero. Se desprende fácilmente de un colosal tesoro, pues su compadre castellano funda su felicidad en el oro; le hace jurar que no se envilecerá con su riqueza y que practicará la caridad y la limosna.
Una vez rico, Garci-Gutierrez lleva su lujo y vanidad hasta el mismísimo Virrey Toledo (otro español avaro). De dar diezmos a la Iglesia y ayudar a los pobres… nada. El inevitable castigo llega, y el desesperado peninsular recién se acuerda de su compadre, a quien rogará por una segunda oportunidad (la Huaca del Peje Grande).
Esta interesante fábula refleja el mito del Tesoro de los Incas; según Palma, escondido por los indios cuando supieron que los codiciosos españoles habían asesinado a su soberano. Se explica así el mito de las huacas del Peje Chico y del Peje Grande… esta última no hallada hasta el presente, ni por arqueólogos ni por cazadores de tesoros.
En esta época, cuando el pueblo y la culturas indígenas del Perú son cada vez más valorizados y respetados, la tradición de El Peje Chico nos llama a la reflexión. Las riquezas del incanato nunca acabarán bien cayendo en garras de ambiciosos foráneos (como tantos films de aventuras proponen) sino que tienen un único dueño y heredero: EL PUEBLO PERUANO.
El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro (Antonio Raimondi)
wow
ResponderEliminargracias, me ayudaron mucho
ResponderEliminar.-.
ResponderEliminarPito señores
ResponderEliminarDigo fino señores
Que mala pornografía
Digo ortografia